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CRÍTICA| “Oye Gabriela”: La radicalidad de la obra (y de la vida) de Gabriela Mistral


 


Por: Daniel Noemi, crítico cultural, cronista y profesor de literatura | Publicado: 12.01.2021

El Desconcierto

Este 10 de enero se cumplieron 64 años del fallecimiento de Gabriela Mistral en Estados Unidos y su figura sigue siendo fuente de interés y disputa. «Oye Gabriela» de Elisa Clark se ríe, carcajea, de esos devenires y avatares, pero desde esa temática estalla y multiplica sus sentidos y sus saberes, convirtiéndose en un texto-collage desopilante, divertido y profundo.

El mundillo de la literatura –ese de celos y recelos, de profesores de literatura de mala muerte y de ninguna que se pierden en polvorosos anaqueles que nadie ha visto por siglos; de escritoras y escritores, poetas todos, “seudointelectualidad literatosa y embustera” como escribe Clark, que ansían más la vanagloria que la gloria y juran que de existir justicia en el mundo, la fama de ellos estaría asegurada; de estudiantes tan arrogantes como silenciosos en busca del santo grial y efímeros deseos, que muchas veces poco tienen que ver con la literatura– ha sido un tema recurrente en cuentos y novelas. Muchas veces desde la risa y el sarcasmo (cómo no recordar a los profesores de Literatura de 2666) o desde un humor dibujado con ternura (como en la reciente Poeta chileno de Alejandro Zambra). 

Oye Gabriela de Elisa Clark también se ríe, carcajea, de esos devenires y avatares, pero desde esa temática estalla y multiplica sus sentidos y sus saberes, convirtiéndose en un texto-collage desopilante, divertido y profundo. Novela roman-à-clef desde la solapa del libro en la que nos enteramos que Elisa Clark es un seudónimo. Entre la realidad y la ficción, Clark será también una de las protagonistas de la novela. Más que un guiño es una invitación a jugar: a fin de cuentas, realidad y ficción siempre han confundido sus fronteras; más aún, la literatura nos permite devenir otras, permaneciendo al mismo tiempo las mismas.

Personalidades devienen personajes. Por cierto, para muchas y muchos, las alusiones a personas reales pasarán inadvertidas (yo me incluyo: José Donoso, Raúl Zurita o Cristián Campos, quienes aparecen perifraseados tal vez sean figuras más populares que profesores y estudiantes dedicados a la obra mistraliana o sempiternos directores de no tan oscuros archivos; pero incluso ellos requieren un saber particular, literario por una parte y local por la otra). En ese sentido, como todo roman-à-clef, hay una atmósfera de iniciación necesaria para participar en el texto.

Como he tenido la fortuna y desgracia simultánea de participar del mundo académico literario que se mueve entre los Estados Unidos y Chile (no del particular caso aquí regocijado), me sonreí al reconocer profesores, colegas y estudiantes (o creerlo así, no importa). Ahora, Oye Gabriela entra en una reflexión inteligente sobre los usos y los abusos de la crítica: “la nostalgia por la pérdida del lugar configura un sujeto desterritorializado e inestable” dice una crítica de Mistral y no es irónico. Porque, quizá, lo que  esta novela está tratando de realizar es dar cuenta del carácter radical, precisamente, de un sujeto y una lengua desterritorializada e inestable (volveré a ello).   

Novela policial

La búsqueda de cartas, papeles, poemas inéditos de Mistral; personajes míticos que desaparecen por la ignominia del alcohol; intentos por escribir la ponencia que revolucionará el campo, rearmar momentos de la vida de la poeta, dan el cuerpo al argumento: pero más que la pesquisa concreta, hay algo inefable en aquello que se busca, un aire borgeano en la revisión y análisis de la letra de la poeta, de sus rabias, despechos y amores, que circunscriben lo que la hizo famosa: su literatura. 

Como en La biblioteca de Babel borgeana, la escritura de Mistral deviene infinita. Y la novela insiste desde su condición fragmentada en que toda escritura está siempre haciéndose de nuevo. Al final en una escena magnífica, que bien podría aparecer en un film de Jarmusch, un apaleado crítico sostiene bajo un árbol un cartel de cartón que dice “Dejen los papeles de Gabriela Mistral en paz”. Claro, es un llamado por un lado irónico, pero, al mismo tiempo, por el otro, apunta a la pérdida de sentido en la labor crítica y, más ampliamente, en la manera de pensar la realidad. Esto porque, en tanto homenaje a Mistral, Oye, Gabriela puede pensarse como un retorno a la importancia del texto mismo: a la poesía, al lenguaje. Y es en ese sentido que la novela se torna más profunda y adquiere sentidos que estallan y hacen de ella un texto en el que la presencia de Mistral pasa, incluso, a ser un pretexto para el despliegue de su propio lenguaje.  

Novela del lenguaje

Casi al final, la estudiosa que por fin había encontrado el material que haría de su ponencia una obra maestra, decide arrojar esas páginas al fuego. Y en un tono que inevitablemente recuerda a Eltit, escribe: “todas las voces chisporrotearían a la vez en un coro esquizoide.” ¿Qué queda de la letra después de quemar la letra? En el chisporroteo de las voces –otra versión de la imposibilidad de la unidad, de lo imperioso del fragmento—hallamos la posibilidad y la apuesta por una nueva estética de la escritura (que, como todo lo nuevo, sabemos, está recorrida y atravesada incesantemente por esos estallidos de peligro del pasado de los que nos hablara Benjamin). Escritura que es también performance (poesía que es acto), Oye, Gabriela retoma la radicalidad de la obra (y de la vida) de Gabriela Mistral, para apostar por su propia radicalidad: su búsqueda imposible por una escritura que desde los fragmentos, desde los territorios otros, contribuye a pintar un nuevo fresco de nuestra agónica realidad.

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