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CUADERNO DEL FUTURO En revista GUARAGUAO Por Juan Manuel Mancilla



Comentario crítico sobre libro de poesía de Bruno Montané K. Cuderno del futuro (Los perros románticos, Santiago, Chile, 2023.

Tal vez sea la poesía de Bruno Montané Krebs (Valparaíso [Chile], 1957) un movimiento en perpetua expansión. Es tal vez la expresión multicorte de un único poema que aún se expande y propaga. Dos asociaciones nos permiten un acercamiento, más bien dos imágenes: la de un fractal o la de un mantra. Para el caso, la prefi- guración (audio-visual) de ambas posibilita la entrada hacia esa materia que pareciera ser un eco sónico impreso, una proyección que deja sombras imprecisas por el espacio invisible del tiempo y que flota por el cristalino y resplandeciente poema infinito escrito por Montané en el transcurso de los años.

Estamos de acuerdo con Echeverría cuando en el «Prólogo» de El futuro (Candaya, 2018) dice que la poesía de Montané nunca se revela del todo. Agregaríamos que tal parte no revelada tampoco pareciera adquirir ni buscar la impronta de algo incógnito. Es decir, no se trata de una poesía que juegue a la bienaventuranza de lo hermético.

Tampoco pensamos que se trate de una apuesta que se juzgue por el encuentro azaroso e irrestricto a la manera del surrealismo. Todavía menos que se busque dejar mudo al lector ante los textos.

Entonces es eso indecible lo que singulariza a la poesía de Montané, la experiencia abismal de lo avisual, es decir, aquello que las palabras mismas no alcanzan a velar, pero que, asomados al acontecimiento del poema, sí podemos vislumbrar, y que –aún más– nos abisma.

Cuaderno del futuro está dispuesto en cuatro secciones, la primera de ellas es

«Fragmentos de un pequeño diccionario». En esta parte, el poeta define y redefine las palabras conformando un pequeño gran diccionario. Una breve antología de palabras re-buscadas y, aunque extrañas, no ajenas al propio castellano: «Acuidad», «Afusión»,

«Balumba», «Hoploteca», «Nefelibata», «Ocelo», «Pavesas», así, constituyen ejemplos

de esta especie de contradiccionario, pues, no se podría afirmar que ni el poema ni el poeta quieran apropiarse de las impropias palabras, pues su nuevo significado es objeto compartido. Más bien, la operación es la desapropiación de su significado unívoco y externo (eterno). De esta manera, si observamos un gesto de subordinación es precisamente apuntando la alteración del orden discursivo convencional promovido y prefijado en este caso por la RAE (o la Wikipedia) para el repertorio lexical de la lengua castellana, por antonomasia, el español.



Bruno Montané


De hecho, este carácter subordinado queda manifiesto en que la definición académica se ha desplazado desde su centralidad hacia la nota a pie de página, minimizando así su peso institucional. El resultado o más bien los efectos de la operación es que las palabras se expanden y movilizan, sus significaciones se ensanchan, no emitiendo una sola señal, no dirigiendo una sola definición para cada una de ellas, sino que se configuran (antes que conforman) como un diccionario multidimensional de entradas y salidas, las mismas que no están escritas y dichas para representar, sino que han sido reinscriptas para redefinirse a sí mismas a partir de una experiencia emotiva, evitando, soslayando o haciendo caso omiso de la definición docta y doctrinal centrada meramente en la racionalidad pragmática de los idiomas. Por ejemplo: «Heñir: el verbo detalla aquello que la mente sueña. / Verbo y gesto, iluminados en el silencio» (p. 18). O también, «Rubato»: «El soterrado uso / de lo que se sumerge. / Y la gracia indecible de ese lento canto» (p. 27).

Luego, en la sección «30 Postales», se despliega una especie de numerología que se asemeja a la anterior parte, salvo que aquí es la presencia del número la que prefigura los poemas. No obstante, se trate de letras (de un diccionario) o números (de un calendario), ambas son formas de cifrar una experiencia, quizá indescifrable, de ahí la conexión numérica con el numen.

El poema «1» comienza así: «Te contaré los días de viaje / y el humor de la luz / en su invencible juego / de innumerables distancias…». Es interesante la ambigüedad abierta por la palabra sobre la idea doble de «contar», remitiendo a la cifra numeral o a la acción del decir, pues, en efecto, ¿no es acaso el viaje la suma (resta, multiplicación o división) de experiencias que se acumulan y reorganizan para dotar de sentido a aquello innombrable?

O en el poema «30» cuando dice: «Congreguemos la dudosa unidad del poema… / Escuchemos las voces en los más vivos espejos… / Recordar que el sentido habita en las resplandecientes / voces oídas en el fondo de un espejo / –del tamaño de un Universo–» (p. 65), donde el hablante sigue apostado en querer prolongar esa larga e infinita interrogante que no pareciera perturbarle, sino más bien abrirle la posibilidad invisible de contemplar el efímero infinito a través del poema.

Ya hacia la tercera parte, denominada «Cámara», nos encontramos con una constante de la poesía de Montané, una especie de marca o huella registrada, nos referimos a la serie. Nos preguntamos sobre los alcances y sentidos de serializar poemas. Sin querer cerrar este asunto, más bien nos inclinamos por pensarlo provisoriamente como una forma de apertura del poema, es decir, ahí en esa materia y/o artefacto, tan denso y recargado similar al átomo, el poeta realiza multicortes y nos adentra por esos intersticios mínimos hacia los espacios vastos desde una multiperspectiva; variaciones sobre lo mismo que, a la vez, también deja de serlo.

 

Ya el título es ambiguo o marca un carácter polifónico que repercute en diversos planos de la realidad, abriendo la imaginación del lector. Se podría tratar de poemas-capturas desde una metafórica cámara fotográfica o filmadora, a propósito de la anterior sección Postales relativa también a los lenguajes visuales. O en otra y misma dirección, desde la intromisión en ese espacio íntimo de la recámara, incluso, la del dormitorio nupcial cuya palabra original remite al tálamo, el espacio del encuentro íntimo por excelencia. Pues ¿no es acaso la poesía y el poema la expresión mínima de la intimidad, esa que es a la vez la máxima de la experiencia subjetiva?

Leemos en «Cámara 1»: «Rescribe los destellos de una memoria / olvidada como el apacible sueño / de un hombre que duerme vigilado / por la conmovida agilidad del perro que lo mira» (p. 69); y en «Cámara 4»: «Haz una concisa muestra de este frágil esfuerzo, / mover un montón de palabras en los cálidos / sótanos del página en blanco» (p. 72); o también en «Cámara 8»: «Me dije, qué poema más malo. / Sin embargo, algo se revelaba / en ese no saber, en aquella insistencia» (p. 76).

En todas la citas se nos manifiesta ese algo que arriba llamamos el carácter avisual de la poesía de Montané, eso que innominado puebla de voces y sonidos al poema, eso indeterminado que igualmente contornea una figura, solo que nos queda sugerida y susurrada, dispuesta seductoramente a la imaginación.

Por otra parte, también se concreta esa posibilidad de una escritura que no se funda solamente en la mera textualidad escritural, sino que se con-funde también con los lenguajes provenientes desde otras manifestaciones artísticas, como lo es la del video, la pintura, la música, o incluso la performance: una serie de poemas. De hecho, como preámbulo a la verbalidad, aparece como primera página del libro una figura gráfica, una especie de fractal o mantra laberíntico creado por Paul Montané Schürholz y que funciona en otro plano semántico como un portal-portadilla que emerge en la cubierta del libro.

Finalmente, el último capítulo o acápite de esta nueva obra de Bruno Montané se llama así: «El futuro (El cuaderno)». Esta parte da el título al nuevo libro, en ella efectivamente se produce una conexión, una transfusión poética, una deriva y prolongación con la última parte de la Poesía reunida (1979-2016) publicada anteriormente (Candaya, 2018).

En efecto, además de re-producirse una serie de poemas, en la presente edición se suman, anexan y adhieren otros (nuevos) textos, los cuales resultan una especie de libre encadenamiento, o provocan, mejor dicho, un nuevo encabalgamiento no solo de versos, sino también de poemas, proyectándose de esta forma una hilera: hebras-palabras que tejen otra nueva trama en la obra poética de Montané. Así, leemos en el poema «Rastros»: «Algo aparece sobre la invisible línea / que recorre estas páginas, algo / innombrable y enfático en su sueño / empecinado, en su obcecación / arrebatada y única, algo que una vez más / tiembla en la danza de las palabras…» (p. 135).

Es precisamente en esa danza de las palabras donde se da la poesía de Montané, en una espacie de ceremonia o rito donde ellas son el centro del abismo, el punto donde nace el brillo del diamante o el ojo abierto del mandala. Si esto es mirado de reojo, pareciera que en estos textos se está reflexionando constantemente sobre el poema, pero pensamos que no es lo fundamental de esta escritura.

No se trata de una metapoesía solamente (acaso si lo fuera), sino del poema en tanto artefacto o dispositivo que se manifiesta activo, una potencia/latencia para repensar y recrear el mundo constantemente a través del mismo poema. De este modo, en ciertos momentos la poesía de Montané pareciera tener resonancias de una escritura filosófica o de una filosofía poética. Ambas posibilidades son albergadas en sus textos, ninguna se agota. Difusas huellas dactilares puestas sobre el alma de un diamante siempre en estado bruto, es decir, antes de su brillantez futura.

Para finalizar, tentativamente las repercusiones del poema-poesía de Montané se amplifican y transforman cada vez que se manifiestan mágicamente como las refracciones de un prisma, pero no grabados en la piedra filosofal, sino en —y a través de— el poema «La veladura» como aquel «brillo solar del hueso que habla» (p. 138) que suena, se ve y lee como levadura, aquella sagrada materia inerte que expande el alimento más necesario, el pan diario de la poesía que nos nutre en tiempos de angurrienta basura. Por ello y más, bienvenido sea el cuaderno futuro de Montané, por aquel poema que ha de ser.


Juan Manuel Mancilla: Postgrado: Doctor Literatura (UCV), Magister Literatura (ULS), Diploma Literatura Comparada (UAI). Grado: Licenciatura Castellano y Filosofía (ULS). Profesor de Literatura Universidad Adolfo Ibáñez y Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Áreas de interes: Literatura comparada, Estudios visuales, Literatura y otras artes con enfoque en la poesía chilena. Crítico literario en la revista El viaje inconcluso (CNCA 2021). Reside en Valparaíso, ciudad donde participa en actividades ligadas a la promoción del libro, la lectura y la música.


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